
Estaba dibujando. Sostenía en su enorme mano un endeble lápiz de mina blanda y trazaba finas lineas en lo que parecía ser un retrato. No pude contener mi curiosidad y decidí acercarme a mirar. Él sabía que yo estaba allí, observándolo. Pero ni siquiera quiso girarse a mirarme a los ojos, simplemente continuó con su tarea sin inmutarse.
La hora de partida de mi bus cada vez se acercaba más, así como él se aproximaba a finalizar su trabajo. Sólo faltaban los rasgos del rostro de la mujer cuando se volvió hacia mí y me miró fijamente a los ojos. Ambos sonreímos y acto seguido continuó dibujando. Yo ya no miraba el dibujo, lo miraba a él.
Mi autobús llegó a la estación. Tenía que irme, me dirigí enseguida hacia él, pero no quería marcharme sin antes saber su nombre así que a mitad de camino no pude contenerme y me dí la vuelta para preguntárselo. Él ya estaba detrás de mí.
- Francisco, encantado.
Y me dio un papel, que parecía ser su dibujo. No tuve tiempo para decirle mi nombre ni decirle adiós. Me quedé anonadada, paralizada. Sólo se me ocurrió dirigir mi mirada hacia el dibujo. Era una mujer. Era yo.
Diez minutos después ya me dirigía hacia Madrid. No pude dejar de pensar en ese misterioso chico ni en ese dibujo perfecto que me ponía los pelos de punta.
Nunca más lo volví a ver.
La hora de partida de mi bus cada vez se acercaba más, así como él se aproximaba a finalizar su trabajo. Sólo faltaban los rasgos del rostro de la mujer cuando se volvió hacia mí y me miró fijamente a los ojos. Ambos sonreímos y acto seguido continuó dibujando. Yo ya no miraba el dibujo, lo miraba a él.
Mi autobús llegó a la estación. Tenía que irme, me dirigí enseguida hacia él, pero no quería marcharme sin antes saber su nombre así que a mitad de camino no pude contenerme y me dí la vuelta para preguntárselo. Él ya estaba detrás de mí.

Y me dio un papel, que parecía ser su dibujo. No tuve tiempo para decirle mi nombre ni decirle adiós. Me quedé anonadada, paralizada. Sólo se me ocurrió dirigir mi mirada hacia el dibujo. Era una mujer. Era yo.
Diez minutos después ya me dirigía hacia Madrid. No pude dejar de pensar en ese misterioso chico ni en ese dibujo perfecto que me ponía los pelos de punta.
Nunca más lo volví a ver.