Pero solo fuimos amigos.
Me invitó a vivir una aventura, pasar la noche en un hospital abandonado de los años setenta. Me lo pensé dos veces, porque casi no lo conocía, pero... ¡Que demonios! No me iba a pasar nada si estaba con él.
La noche era fría, muy fría y oscura. Estaba muy asustada. El hospital era lúgubre, lleno de moho, charcos y telarañas. Pero estaba él, y con él mi miedo desaparecía.
Fuimos a explorar los pisos subterráneos y curiosamente las habitaciones y pasillos estaban mas nuevas y limpias que en los pisos superiores. Me daba igual, era seguro. Él se paseaba tranquilamente a través de todos y cada uno de los pasadizos, sonriendo cuando me miraba y me veía cara de estar muy asustada. Se reía de mi, y eso (no se por que) me hacía sentir segura.
Decidimos pasar la noche acurrucados en una habitación del hospital, al lado del típico carrito que llevan las enfermeras. Sentí un pinchazo, me dolió. Pero el me abrazó amorosamente y juntos nos sumimos en nuestros sueños.
Sentí como me robaba el corazón esa noche.
Y creo que le pagaron bien por él.